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Archive for abril 2008

Acaba de celebrarse en la Universidad de Catania un encuentro con el tema de «Sicilia y España: un secular lazo histórico y político». Reproduzco traducido el artículo de presentación del periódico La Sicilia cuya ubicación original se puede consultar aquí:

http://giornale.lasicilia.it/giornale/2104/CT2104/CS/CS01/navipdf.html

http://giornale.lasicilia.it/giornale/2104/CT2104/CS/CS01/01.html

EL USO INSTRUMENTAL DE LOS MATRIMONIOS EN EL IMPERIO ESPAÑOL:

Por iniciativa de la Facultad de Ciencias Políticas de Catania  y de la Oficina Cultural de la Embajada de España en Italia, en el Aula Magna de la Facultád (Calle Vittorio Emanuele, 49), historiadores españoles e historiadores sicilianos se confrontarán el próximo 21 de abril sobre el tema «Sicilia y España: un secular lazo histórico y político».

A nuestros lectores ofrecemos algunas reflexiones que justifican las razones del encuentro.
Vittorio Sciuti Russi

El lunes de Pascua de 1282 tuvo inicio en Palermo aquella revuelta popular contra los Anjou conocida como las Visperas Sicilianas. La nobleza isleña habría asumido el control de la rebelión y pedido formalmente la ayuda a Pedro III de Aragón, esposo de Constanza de Suabia. Elegido rey de Sicilia en septiembre, Pedro prometió salvaguardar las libertades isleñas ratificadas un siglo antes por Guillermo el Bueno. En los siglos sucesivos la literatura política y la historiografía habrían construído el mito de las Vísperas, expresión del deseo de independencia de los Sicilianos y fundamento de las libertades constitucionales del Regnum Siciliae, un reino que a través de las dinastías aragonesa y habsbúrgica habría quedado unido a España por más de cuatro siglos; un reino que viajeros, mercaderes, aventureros, ministros y consejeros del Virrey y de los soberanos habrían descrito como exuberante jardín de las delicias, de clima suave, fértil en la producción de granos, aceite, vino, en la cría de ganado, lleno de magníficos jardines y de moreras para la seda, rico en caza y pesca; un reino que, gracias a su posición geográfica, adquirió para la monarquía española una gran importancia estratégica y constituyó en el Mediterráneo la «frontera antemuralla de la christiandad» contra las invasiones turcas a oriente y las norteafricanas al sur.

Los elementos que caracterizan la estructura administrativa de la monarquía española, heredados del modelo de la corona aragonesa, fueron la pluralidad de reinos y de ordenamientos. Fernando el Católico incorporó esta realidad politerritorial a la antigua tradición unitaria castellana; y el sistema polisinuosoidal (la pluralidad de Consejos: de Estado, de Aragón, de Castilla, de la Inquisición, de Flandes, de Italia, de Hacienda) constituyó la original solución dada por Carlos V y por Felipe II al gobierno de la gran monarquía. El gobierno de Sicilia se insertó obviamente en este modelo de organización estatal. El pacto constitucional que ligaba la isla a la corona española se fundaba sobre el juramento de los soberanos aragoneses de observar la antigua legislación del Reino. En este cuadro los Capitula Regni Siciliae, o sea, las gracias pedidas por los Parlamentos y concedidas por los soberanos, habrían asumido prevalencia y superioridad respecto a las mismas pragmáticas regias y viceregias pues habían sido concedidas en contrapartida de los donativos. A los capítulos les era atribuída fuerza y eficacia de contrato y de ley «pazionata»*, según lo que  en las «conclusiones privilegii» había sido expresamente reconocido por los soberanos aragoneses. Los escritores políticos y los juristas subrayaron que Sicilia no era un Reino «de conquista» come el de Nápoles, sino «pazionato»* y dádose voluntariamente» a Pedro de Aragón. El soberano era ciertamente el único titular del poder legislativo, sin embargo los pactos estipulados con el Reino y expresados en los capitula placitati lo vinculaban «de modo incuestionable», pues «el pacto se había transformado //  convertido // en contrato».

El expediente utilizado por la monarquía para eludir el privilegio de la nacionalidad e introducir españoles en los cuadros de la oficialidad y de las magistraturas sicilianas fue el de naturalizar a través del matrimonio a numerosos caballeros y letrados españoles: éstos últimos llegaban en gran número a Sicilia en el séquito de los virreyes, que con fuertes presiones intervenían personalmente para favorecer sus matrimonios con ricas damas isleñas. Y junto a los virreyes, muchos de los cuales dejaron profundas huellas en la estructura urbana del territorio y en las instituciones civiles y religiosas, llegaron a la isla militares, arquitectos, hombres de negocio, artesanos y literatos. En 1585, Pedro de Cisneros había recordado al virrey conde de Alba de Liste la gran disponibilidad de los palermitanos para ofrecer calurosa acogida a los españoles, a quien muy gustosamente concedían en matrimonio sus hijas con rica dote. Esta generosa actitud era representada hasta a trevés de la alegórica figura del genio de la ciudad de Palermo: un hombre con una larga barba de punta, ceñido por una corona real, con un áspid que le succionaba la sangre del pecho; a sus pies un cesto lleno de oro y la inscripción Panormus conca aurea, suos devorat, alienos nutrit. Una política dirigida a integrar a la nobleza española y la siciliana había sido aviada por Felipe II, proseguida por Felipe III y depués reafirmada en el famoso memorial secreto del 1624 del Conde Duque de Olivares. Como es sabido, el valido sugería a Felipe IV, como instrumento de integración de los vastos dominios de la corona, una política de intercambios matrimoniales entre castellanos y otros súbditos del Imperio, junto al otorgamiento de un mayor número de altos cargos a los no castellanos. Gracias a esta circulación de hombres e ideas, la isla no quedó en la periferia del imperio.

Los habitantes y los grupos dirigentes de las dos principales ciudades del Reino, expresaban, a juicio de Cisneros, comportamientos abiertamente opuestos. En Palermo residían muchos titulares, barones y nobles caballeros: «proceden con tanta cortesía y con un trato tal de parecer crecidos en la corte de España»; las mujeres resplandecían en su belleza e indosaban vestidos tan suntuosos como para no encontrar parangón ni en España ni en Italia, excepción hecha de Nápoles. En Mesina, al contrario, la gente no aparecía «tan cortesana como en Palermo, hasta se sustraía al trato con los extranjeros». Residían allí los «caballeros muy ricos que se ocupaban de sus negocios, sin preocuparse de ser llamados al servicio en la corte; y los titulados no vivían allí». Era la eficaz representación de una metrópoli activa, cuya constitución preveía la presencia de los «populares» en el gobierno ciudadano y cuya nobleza urbana prefería la virtud del comercio al honor de servir al soberano.

Un reciente estudio de Domenico Ligresti ha subrayado que la sociedad siciliana de los siglos XV, XVI y XVII pertenece de lleno a la común civilización europea con la cual, aun con diversidades y divergencias, tiene trazos comunes claramente reconocibles.

La larga Guerra de Sucesión que siguió a la muerte de Carlos II (noviembre de 1700), y que se concluyó en 1713, señaló el fin de la Sicilia española. La paz de Utrecht entregó el gobierno dela isla a Vittorio Amedeo de Saboya; después, en 1720, la paz de la Haya asignó Sicilia a Carlos VI de Habsburgo. La génesis de la nueva dinastía de los Borbones de Nápoles y de Sicilia, como es sabido, se realizó en 1734, cuando la guerra de sucesión polaca ofreció al infante de España Don Carlos, hijo primogénito de Felipe V y de Isabel de Farnesio, la ocasión para conquistar los dos reinos meridionales, sustraerlos al dominio Habsbúrgico y construir la primera monarquía «nacional» del Mediodía.

* pazionato: lo que no está sujeto a específicas limitaciones a causa de un pacto o acuerdo.

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Mondi Vicinissimi

 

 

ARTICOLO DEL GIORNALE LA SICILIA DELL 21 APRILE DI 2008

L’uso strumentale dei matrimoni nell’impero spagnolo.  

http://giornale.lasicilia.it/giornale/2104/CT2104/CS/CS01/navipdf.html

http://giornale.lasicilia.it/giornale/2104/CT2104/CS/CS01/01.html

 

 

 

 

Per iniziativa della Facoltà di Scienze Politiche di Catania e dell’Ufficio Culturale dell’Ambasciata di Spagna in Italia, nell’Aula Magna della Facoltà (Via Vittorio Emanuele, 49), storici spagnoli e storici siciliani si confronteranno il prossimo 21 aprile sul tema «Sicilia e Spagna: un secolare legame storico e politico». Ai nostri lettori offriamo alcune riflessioni che giustificano le ragioni dell’incontro.
Vittorio Sciuti Russi

Il lunedì di Pasqua del 1282 ebbe inizio a Palermo quella rivolta popolare contro gli Angioini nota come i Vespri siciliani. La nobiltà isolana avrebbe assunto il controllo della ribellione e richiesto formalmente l’aiuto di Pietro III d’Aragona, sposo di Costanza di Svezia. Eletto re di Sicilia a settembre, Pietro promise di salvaguardare le libertà isolane ratificate un secolo prima da Guglielmo il Buono. Nei secoli successivi la letteratura politica e la storiografia avrebbero costruito il mito dei Vespri, espressione del desiderio di indipendenza dei Siciliani e fondamento delle libertà costituzionali del Regnum Siciliae, un regno che attraverso le dinastie aragonese e asburgica sarebbe rimasto unito per più di quattro secoli alla Spagna; un regno che viaggiatori, mercanti, avventurieri, ministri e consiglieri dei viceré e dei sovrani avrebbero descritto come un lussureggiante giardino delle delizie, dal clima soave, fertile nella produzione dei grani, dell’olio, del vino, nell’allevamento del bestiame, pieno di magnifici giardini e di gelsi per la seta, ricco di caccia e di pesca; un regno che, grazie alla sua posizione geografica, acquisì per la monarchia spagnola una grande importanza strategica e costituì nel Mediterraneo la «frontera y antemuralla de la christiandad» contro le invasioni turche ad oriente e quelle nordafricane a sud.

Gli elementi che caratterizzarono la struttura amministrativa della monarchia spagnola, ereditati dal modello di governo della corona aragonese, furono la pluralità di regni e di ordinamenti. Ferdinando il Cattolico incorporò questa realtà politerritoriale all’antica tradizione unitaria castigliana; e il sistema polisinodale (la pluralità di Consigli: di Stato, d’Aragona, di Castiglia, dell’Inquisizione, delle Fiandre, d’Italia, di Finanze) costituì l’originale soluzione data da Carlo V e da Filippo II al governo della grande monarchia. Il governo della Sicilia si inserì ovviamente in questo modello di organizzazione statale. Il patto costituzionale che legava l’isola alla corona spagnola si fondava sul giuramento dei sovrani aragonesi di osservare l’antica legislazione del Regno. In questo quadro i Capitula Regni Siciliae, ossia le grazie richieste dai Parlamenti e concesse dai sovrani, avevano assunto prevalenza e superiorità rispetto alle stesse prammatiche regie e viceregie poiché erano stati concesse in contropartita dei donativi. Ai capitoli era attribuita forza ed efficacia di contratto e di legge pazionata, secondo quanto nelle «conclusiones privilegii» era stato espressamente riconosciuto dai sovrani aragonesi. Gli scrittori politici e i giuristi sottolinearono che Sicilia non era un Regno «de conquista» come quello di Napoli, bensì «pazionato e datosi volontariamente» a Pietro d’Aragona. Il sovrano era certamente l’unico titolare del potere legislativo, tuttavia i patti stipulati con il Regno ed espressi nei capitula placitati lo vincolavano «irrefragabilmente», poiché «il patto si era trasformato in // era divenuto // contratto».

L’espediente utilizzato dalla monarchia per aggirare il privilegio della nazionalità ed introdurre spagnoli nei quadri dell’officialità e delle magistrature siciliane fu quello di naturalizzare attraverso il matrimonio numerosi cavalieri e letrados spagnoli: questi ultimi giungevano numerosi in Sicilia al seguito dei viceré, che con forti pressioni intervenivano di persona per favorire i loro matrimoni con ricche e nobili dame isolane. Ed insieme ai viceré, molti dei quali lasciarono profonde tracce nella struttura urbana del territorio e nelle istituzioni civili e religiose, giunsero nell’isola militari, architetti, hombres de negocio, artigiani e letterati. Nel 1585, Pedro de Cisneros aveva ricordato al viceré conte di Alva de Liste la grande disponibilità dei palermitani ad offrire calorosa accoglienza agli spagnoli, a cui molto volentieri concedevano in matrimonio le loro figlie con ricca dote. Questa generosa attitudine era rappresentata persino attraverso l’allegorica raffigurazione del genio della città di Palermo: un uomo con una lunga barba a punta, cinto da una corona reale, con un aspide che gli succhiava il sangue dal petto; ai suoi piedi un cesto pieno di oro e l’iscrizione Panormus conca aurea, suos devorat, alienos nutrit. Una politica diretta ad integrare la nobiltà spagnola e quella siciliana era stata avviata da Filippo II, proseguita da Filippo III e poi riaffermata nel famoso memoriale segreto del 1624 del conte-duca di Olivares. Com’è noto, il valido suggeriva a Filippo IV, quale strumento d’integrazione dei vasti domini della corona, una politica di scambi matrimoniali tra i castigliani e gli altri sudditi dell’Impero, insieme al conferimento di un maggior numero di alte cariche ai non castigliani. Grazie a questa circolazione e scambio di uomini e di idee, l’isola non restò alla periferia dell’impero.

Gli abitanti ed i gruppi dirigenti delle due principali città del Regno, esprimevano, a giudizio di Cisneros, comportamenti apertamente opposti. In Palermo risiedevano molti titolati, baroni e nobili cavalieri: «procedono con tanta cortesia e con un tratto tale da sembrar cresciuti alla corte di Spagna»; le donne risplendevano nella loro bellezza ed indossavano vestiti così sontuosi da non trovar paragone né in Spagna né in Italia, fatta eccezione di Napoli. A Messina, al contrario, la gente non appariva «così cortigiana come a Palermo, anzi si sottraeva ai rapporti con gli stranieri». Risiedevano lì «cavalieri molto ricchi che badavano ai loro affari, senza preoccuparsi di esser chiamati al servizio di corte; ed i titolati non vi abitavano». Era l’efficace rappresentazione di una metropoli attiva, la cui costituzione prevedeva la presenza dei ‘popolari’ nel governo cittadino e la cui nobiltà urbana preferiva la virtù del commercio all’onore di servire il sovrano.

Un recente studio di Domenico Ligresti ha sottolineato che la società siciliana dei secoli XV, XVI e XVII appartiene appieno alla comune civiltà europea con la quale, pur nelle diversità e divaricazioni, ha tratti comuni chiaramente riconoscibili.

La lunga guerra di successione che seguì alla morte di Carlo II (novembre del 1700), e che si concluse nel 1713, segnò la fine della Sicilia spagnola. La pace di Utrecht consegnò il governo dell’isola a Vittorio Amedeo II di Savoia; poi, nel 1720, la pace dell’Aja assegnò la Sicilia a Carlo VI d’Asburgo. La genesi della nuova dinastia dei Borbone di Napoli e di Sicilia, com’è noto, si realizzò nel 1734, quando la guerra di successione polacca offrì all’infante di Spagna don Carlos, figlio primogenito di Filippo V e di Elisabetta Farnese, l’occasione per conquistare i due regni meridionali, sottrarli al dominio asburgico e costruire la prima monarchia «nazionale» del Mezzogiorno.

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Mondi Vicinissimi
 

 

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